La clave es la ficción · VII ·

Detrás del código

Sé que están ahí fuera. Ahora puedo sentirlos. Sé que tienen miedo. Tienen miedo de nosotros. Tienen miedo al cambio. No conozco el futuro. No he venido aquí para decirles cómo va a terminar esto. He venido para decirles cómo va a empezar. Voy a colgar este teléfono y luego les mostraré a estas personas lo que no quieren que vean. Les mostraré un mundo sin ustedes, un mundo sin reglas ni controles, sin fronteras ni límites, un mundo donde todo es posible. Dónde vamos desde ahí, es una elección que les dejo a ustedes.”

Neo, The Matrix, 1999

Cerca del final de “The Matrix”, Neo finalmente puede ver el código. Pero no está viendo otra cosa: está viendo lo mismo, aunque de otra manera. No encuentra una “verdad” distinta, secreta o trascendente. Lo que ve es lo que antes parecía un mundo sólido, autosuficiente, natural, revelándose como una trama de signos: patrones, repeticiones, estructuras sostenidas por reglas que pueden aprenderse, modificarse, incluso desactivarse. Esa “revelación” no destruye la realidad: la desnuda. Le quita su disfraz de necesidad. Pero el salto decisivo no está en “ver” el código, sino en actuar a partir de esa visión.

Como el fuego que, tras arrasar, también revela. Cuando se disipa el humo, lo que queda no es solo destrucción: es una escena desnuda, sin decorados, donde las estructuras se muestran por lo que son. El incendio que vivimos —material, simbólico, afectivo— no es apenas una excepción histórica ni una anomalía local. Es la expresión cruda de un tiempo que perdió el sentido de lo común, y que sin embargo lo sigue buscando a tientas. Esas estructuras que el fuego deja al descubierto son una construcción colectiva —deficiente, sí; injusta, también— pero nuestra. Tomar conciencia no garantiza la libertad, pero la vuelve pensable.

No conozco el futuro. No he venido aquí para decirles cómo va a terminar esto”, dice Neo en el monólogo final, anunciando que algo va a cambiar. Tal vez ese algo no sea el sistema, sino nuestra forma de verlo. Tal vez la grieta más potente no sea una ruptura violenta, sino la lenta y persistente desnaturalización de lo dado. La sospecha que se vuelve pregunta. La pregunta que se vuelve fisura.

Y desde esa fisura, entonces sí, lo nuevo. Porque es cierto, llegamos hasta aquí cargando una historia larga de desigualdades, violencias y silencios. Pero también traemos en el cuerpo una memoria de luchas, de ternura organizada, de inteligencia sensible. No empezamos de cero. Nunca empezamos de cero.

Y si hay algo que este presente nos recuerda con brutal claridad, es que ninguna estructura es eterna. Ni siquiera aquellas que hoy parecen invencibles. Pero sobre todo, nos recuerda que tenemos una tarea común: la de imaginar, juntos, estructuras mejores.

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